martes, 18 de junio de 2013

El señor que trabaja de rojo

Expuesto en lo alto de aquel paso cebrado y vestido en su piel rojiza, se convierte en el blanco de bocas impacientes que lanzan dardos indirectos y verbales sobre la inmóvil figura: ¡Y ahora se pone en rojo! ¡No llego a trabajar! ¡No tengo todo el día! La ira se desata entre aquellos seres podridos en un desierto continuo de arena que cae sobre sus cabezas mañanas sí, tardes también; en las noches el mundo entero descansa, a excepción de él. Trajinante entre el despertar y el sueño, el diminuto señor de rojo permanece en la absoluta quietud un total de setecientos veinte minutos al cabo del día, que se alternan con los otros setecientos veinte minutos en los que se encuentra en la más absoluta oscuridad: ¡Buenos días! ¡Buenas noches! ¡Buenos días! ¡Buenas noches!...
El cajetín que tiene por hogar le sirve como refugio de lluvias torrenciales y del calor del sol en el estío. Desde ahí observa el devenir diario de las fugaces visitas que, si no hay peligro, dedican más tiempo al tic tac que marca el segundero del reloj en sus pasos; pero que, a sabiendas del riesgo, exponen su vida a un largo claxon y un sinfín de horrendas sirenas que aceleran en la rápida tarea de auxilio. Las respetuosas con el tiempo apremian su estancia mirando al cielo nublado, a las cornisas de las fachadas o a sus homónimos de la orilla de enfrente. Las personas que paran, suelen relegar de cualquier preocupación, apaciguando su ánima en el borde de la acera, antes de jugar a pisar las líneas blancas que atraviesan la calzada. Respiran lentamente un aire sucio que alimenta sus pulmones, nutriendo de oxígeno y de vida a los órganos internos que se hacen eco de la tranquilidad de su dueño.
El trabajo del hombre de rojo no es otro que parar el tiempo para que así el mundo observe, escuche y se relaje del estrés que vive diariamente. Repartido por la eternidad de la ciudad, su silueta diminuta atiende lamentos, confesiones, amoríos y desdichas, pidiendo, simplemente, un rato de buena compañía. Aquel señor de pequeño tamaño siempre está dispuesto a hacer la espera más amena, más vivida. Una vez acabada su labor, se olvida de las luces, de las preocupaciones de lo que él llama clientes y de las aparentes eternas esperas, cediéndoles el turno a ellas, a las prisas que, impacientes, hacen cola en el abismo desconocido que hay cuando se apaga el semáforo.

Fotografía del Vigía

8 comentarios:

  1. Tremendo relato, Sr Vigía...

    Lo he leído dos veces antes de decirte algo. Y es que a mi, los señores de rojo, me producen diarrea mental.
    En esas pausas pienso mucho. Pienso en todo.

    Pienso... demasiado.

    Logística logística logística...

    El tiempo se para y nosotros pensamos en logística...

    Mi nuevo propòsito de mes nuevo será "vivir y sentir la pausa"... I promise. Y cada vez que pare en un señor de rojo, dejaré la mente en blanco y respiraré fuerte y profundo para que mis pulmones se llenen de aire y no de prisas...

    El mundo de "lo quiero para antes de ayer" no me gusta...

    Los de rojo nos ayudaran... Serán los nuevos gurús de la pausa y la vida contemplativa...

    Enhorabuena, "relatista"... *

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    1. ¡Muchísimas gracias por el comentario!
      Todo un honor, me parece genial tu nuevo propósito. Nada como vivir para ser feliz. Un consejo: vive tu vida y no la que quieran los demás.

      Un fuerte abrazo.

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  2. ¡Qué estrés! Acabo de recordar los pocos días que he pasado en Madrid. El pobre señor rojo, aguantando la impaciencia y el ritmo de la ciudad. El enemigo público de los trajes y maletines, incluso de los que no tienen nada qué hacer. Quizás pase lo mismo en Barcelona, pero no tuve tanta experiencia con señores de rojo allí. A pesar de estar seguros en su cajetín, no es agradable el desprecio.

    A pesar del estrés inicial, el relato invita al descanso (como aclara el último párrafo). El hombre de rojo no es un enemigo, es un aliado que nos dice "detente, respira, piensa y ahora, más sereno y confiado, emprende el rumbo de nuevo".

    Me encanta que esos anteojos vean lo que otros han ignorado. Un abrazo.

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    1. ¡Me encantan las lecturas que haces! Soy fan, muy fan.
      Muchísimas gracias por este impresionante comentario y por querer ser participe de lo que ven mis ojos.
      Espero verte pronto por Madrid, Barcelona, o donde quiera que viva este servidor.

      Un fuerte abrazo.

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  3. Gracias por el consejo...

    Llevo desde navidad aplicándolo. Y con éxito.

    Pero viene bien que te lo recuerden de vez en cuando.

    Llenar los dias de vida. Esa es mi meta.

    Un abrazo "sentído" de esos que son la antítesis de cruella de vil... XD

    Buena suerte en tu proyecto/blog. De verdad. De forma muy sincera. Espero que triunfes haciendo lo que mejor sabes hacer: escribir.

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    1. ¡Muchas gracias por las bonitas palabras de aliento!
      Me animan a seguir escribiendo...

      Un fuerte abrazo y suerte.

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  4. Me impresiona la habilidad que tienes para camelar al lector. Cortos relatos que invitan a la autocrítica. Me apunto a la propuesta de VIVIR mientras esperas, disfrutando de cuanto te rodea.

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    1. ¡Me alegra leer estas palabras! Te lo agradezco enormemente.
      Quise compartir la historia de mi amigo, el señor que trabaja de rojo.
      Un fuerte abrazo.

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